jueves, 24 de octubre de 2013

Un cuento colombiano en Londres



Con mapa en mano, algo desorientado y acompañado de su amigo colombo-español, se dirigía Juan Camilo a la catedral de San Pedro por recomendación de una amiga suya. La ciudad era Londres y esta no sólo era su primer visita sino también su primer día recorriendo sus calles.

Una vez en el sitio, Juan Camilo avista la gran estructura y se da cuenta que sacarle una buena foto estando tan cerca es algo prácticamente imposible. Entonces, se aleja poco a poco, no solo de la catedral sino de su compañero de viaje. Cruza la plaza, luego una calle, con mucho cuidado y mirando a ambos lados, pues todavía no estaba acostumbrado a la dirección opuesta de las calles londinenses.

Después de sacar la postal que necesitaba con su iPhone, se acercó un turista asiático pidiéndole el favor de tomarle unas cuantas fotos a él y a su familia. Juan Camilo, muy dispuesto, procede a sacarle algunos disparos con el susodicho aparato. Un iPad. Y es que aunque la escena podría ser vista como algo normal en estos tiempos modernos, para Juan Camilo representaba una lucha interna contra el crítico que llevaba por dentro. Para él, eso de tomar fotos con una Tablet era ridículo. Más parecía uno el cuarto árbitro de un juego de fútbol haciendo un cambio de alguno de los equipos que cualquier otra cosa.

A pesar de todo esto y haciendo caso omiso del ridículo procedió entonces a hacer las veces de fotógrafo, pensando al mismo tiempo de donde podría ser el asiático. Estaba seguro que no era chino ni japonés, sin embargo, le pareció algo imprudente preguntarle su procedencia. 

Una vez hecho el favor y devuelta la cámara, el asiático retorna indicándole que las fotos salieron malas, pues la contra-luz no dejaba ver bien los rostros de él y su familia. Juan Camilo, sin ofusque  pero con algo de afán, alista de nuevo el aparato y mientras lo hace su interlocutor le pregunta de manera inesperada su país de procedencia.

"I am from Colombia", responde Juan Camilo en un inglés con acento paisa. El orgullo se le notaba en su voz, pero por dentro se paseaba ese miedo de pensar que le fueran a mencionar las cosas tristes por las que a veces su país es recordado. La violencia, la droga, o ese señor que muchos recuerdan pero nadie quiere. Escobar.

El asiático, con cara de asombro pero a la vez sonriendo le dice en un inglés medio enredado: "Oh, very good football team!". Juan Camilo asiente lo dicho por el asiático. Él sabe que tienen la razón. 

Juan Camilo dispara de nuevo, toma las fotos y esta vez su nuevo amigo oriental está contento.

Ambos se despiden y se alejan. Uno, satisfecho de haber sacado una buena foto al lado de su familia en una metrópolis que enamora, y otro, con una sonrisa de oreja a oreja y un orgullo que se quería salir del pecho. 

“Jueputa, lástima no haber tenido la de la tricolor puesta”, dice para sí mismo sonriendo.

Sin necesidad de haber anotado, sin necesidad incluso de haber jugado, la Selección Colombiana de fútbol, una vez más, le regaló una alegría más a Juan Camilo. 

Juan Camilo Marín

miércoles, 21 de agosto de 2013

En busca de un sueño


"Mamá, cuando sea grande quiero morir siendo un héroe." Con una sonrisa en mi rostro recordé aquellas palabras dirigidas a mi madre cuando sólo era un niño.

Entonces, haciendo caso omiso del temor y el peligro, tomé con fuerza la manguera y me adentré en aquella casa en llamas.

Fin.

Juan Camilo Marín

No todo gira en torno a mí


Después de haberlo hecho y jurando que todavía me amaba esperé que se despidiera con una frase llena de odio, porque el odio es el mejor vecino del amor.

"No deseo que te visite la muerte. Sinceramente, no creo que le interese conocerte." Me dijo con semblante sincero.

En ese momento supe que la había cagado por completo.

Fin.

Juan Camilo Marín

El otro lado de la respuesta


"Vamos a comer," le dije.
"No gracias, hoy estoy ocupada," me contestó afanada.

A las 10 pm pasé por su apartamento y vi el televisor prendido. Debo suponer que ver Sábados Felices es una muy buena forma de ocuparse.

Fin.

Juan Camilo Marín

Falta de valentía


Hoy me desperté solo pensando en que no le regalé la luna llena por miedo a los prejuicios.

Fin.

Juan Camilo Marín

El Comienzo


Y de la nada salió una luz y se acabó el cuento. Entonces abrí los ojos y me enteré que realmente el cuento apenas había comenzado.

Fin.

Juan Camilo Marín

viernes, 26 de julio de 2013

Carta para Medellín


Querido Medellín,

Hoy en medio de tan larga travesía me detengo por un momento para recordarte y regalarte unas cuantas palabras. 


Ahora en este calor y en el ya sufrido frío del invierno pasado he recordado y sigo recordando tu sabroso clima. Pido una disculpa por mis eventuales reclamos frente a una esporádica lluvia veraniega. Eso no es medianamente comparable con las extremas temperaturas a las que he sido expuesto en el viejo continente. 

Tus delicias culinarias las extraño a diario. Una arepa en la mañana, unos frijoles en la tarde o la empanada para rematar el día. Lo cierto es que esto de comer pan de almuerzo y no saber qué desayunar me ha potenciado las ganas de engordarme a punta de tus platos tradicionales. 

Recuerdo mientras recorría tus calles que miraba de un lado para otro a las bellas mujeres que te adornan. Debo decir, mi querido Medellín, que el dolor de cuello se ha reducido desde que estoy tan lejos de ti.

Medellín, quiero que sepas que tus dolores son míos. Me duele demasiado cuando gentes ignorantes te hacen dañó. Y es que se debe ser ignorante para dañarte. Espero de corazón que esa violencia e inseguridad que te agobian se apaguen. 

Quiero aprovechar esta oportunidad, mi natal Medellín, para darte las gracias por haberme recibido en tu valle. Mi niñez y juventud no hubieran sido las mismas si no las hubiera vivido en ti. 

Hoy me di cuenta que este es el primer año que no estaré en tu alegre Feria. Sólo deseo que te adornen con flores, alegría y música. Sería un completo mentiroso si dijera que no te extrañaré por estos días. 

Me despido, no sin antes mencionar que dentro de poco me verás de nuevo caminando por tus calles y parques, y que al respirar de manera profunda tu fresco aire sabrás lo mucho que te quiero sin necesidad de murmurarlo. 

Atentamente, tu orgulloso ciudadano,

Juan Camilo Marín

viernes, 28 de junio de 2013

Cuestión de paciencia


La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces
Jean Jacques Rousseau

Amor u odio

La vida es una lucha constante entre el amor y el odio. Soy de los que cree que el punto intermedio no existe, uno ama u odia. Sin embargo, si me piden categorizar esta historia no sabría en cual de ellos dos enmarcarla. 


Mi familia y yo

Soy un medellinense cualquiera con un núcleo familiar un tanto particular. Mi familia actual se reduce a un solo miembro: mi madre Carmelina. Y digo actual pues hace cinco años estaba con nosotros mi tía Amparo, quien murió de cáncer cuando yo tenía 17. Ambas son mis ángeles guardianes – una de ellas, ya en el cielo.

Mi tía Amparo siempre me inculcó el don de la paciencia. Esa paciencia que tanto me serviría. Ella lo llamaba un don pero creo que se equivocaba pues para mí los dones son aquellos con los que nacemos, por el contrario, la paciencia es algo que se tiene que cultivar. Pero mi tía no solo predicaba acerca de paciencia, ella fue una guía constante durante toda mi niñez y juventud. 

Mi madre, por su parte, es amor en pasta. A pesar de ser muda, debido a un trauma sufrido nueve meses antes de mi nacimiento, siempre he contado con su apoyo incondicional. Nunca he recibido un maltrato de parte de ella, por el contrario, mi tía Amparo la tachaba de alcahueta. Desde que tengo uso de razón se levanta a prepararme el desayuno y cuando salgo de casa me da un beso en la frente. Cada vez que pienso en ella se me dibuja una sonrisa en el rostro. Por ella, es la razón de ser de esta historia.


Primer paso: ingresar a Almacenes La Pluma y conocer a don Luis

Ingresar a Almacenes La Pluma no fue complicado. Necesitaban un mensajero y para dicho cargo no se requiere de experiencia laboral. Apliqué y lo obtuve inmediatamente. La ventaja de ser el mensajero de una empresa es que uno puede tener acceso a todas las instalaciones y conocer a todos sus empleados, inclusive al mismo dueño. En este caso, el dueño de Almacenes La Pluma se llamaba don Luis.

El día que conocí a don Luis fue tal cual como lo describió mi tía antes de morir. Un señor bocón, medio montañero y grosero. Con el tiempo y las diversas conversaciones logré descifrar más detalles de su vida. Era soltero y mujeriego, y lo que tenía de soez lo tenía de desconfiado. Sin embargo, estos detalles eran de poca importancia para mí. Lo que realmente atrajo mi atención fue su amor por el dinero. Amor que él mismo profesaba a cada momento cuando pronunciaba su motto: “sin dinero no hay vida”. Amor que fue el motivo de su perdición. 


Segundo paso: aprender

Después de mi primer año en Almacenes La Pluma decidí ‘que hacer con mi vida’. Lo pongo entre comillas pues me causa gracia que la gente diga eso de ‘que hacer con mi vida’ cuando se refiera a decidir qué estudiar. Mi elección fue ingeniería de sistemas. 

Creo que el haber elegido tal carrera fue un gravísimo error. La razón principal para escogerla era que quería ser un hacker y para ser un hacker no se debe estudiar ingeniería de sistemas. Se debe estudiar programación. De hecho, los mejores hackers de la historia ni siquiera han estudiado. Simplemente necesitan acceso a la web y ya.

Debo admitir que este segundo paso me costó trabajo. No sólo era el tiempo sino también el espíritu. Recuerdo que pasaba horas enteras, día y noche, aprendiendo cómo quebrar contraseñas. Poco a poco fui aprendiendo nuevos trucos. Esto de hackear es un arte y por tal razón requiere práctica. Práctica que me consumió unos cuatro largos años de mi vida.

El hito lo marcó el día que aprendí a robar dinero de una cuenta bancaria. 


Tercer paso: identificar el momento propicio

A pesar de que me ofrecieron mejores cargos en la empresa siempre desistí de ellos pues el ser mensajero tenía un privilegio que los demás no me ofrecían: acceso directo a don Luis. 

Después de cumplir cinco años en una empresa como mensajero te enteras de muchas cosas. De las aventuras de sus empleados, de los cumpleaños de cada uno de ellos, y por supuesto, de cuándo el jefe suele quedarse un rato solo los viernes en la noche. En el caso de don Luis era el último viernes de cada mes. Era como un ritual. Después de su reunión con la junta directiva de 5 pm a 6 pm se encerraba en su oficina por unas largas dos horas  acompañado siempre de una botella de Old Parr. Él nunca hubiera pensado que el viernes pasado era su último. 

El viernes pasado terminé mis deberes temprano. Siendo las 4 pm me dirigí entonces a la oficina de don Luis, teniendo precaución de que nadie se diera cuenta. Allí esperé paciente dos horas. Eso es nada comparado a los cinco años que llevaba esperando por ese momento.


Cuarto paso: contar un cuento

Semejante susto se llevó don Luis cuando llegó a las 6 pm y me vio sentado en su sillón con mis zapatos puestos sobre el escritorio.

“¿Qué hace usted acá?” Preguntó con tono gritón, como de costumbre.

“Don Luis, por qué no se sienta. Quiero contarle un cuento.”

“Qué cuento ni qué hijueputas, usted está loco. Lo voy a despedir y voy a llamar a seguridad ya mismo!” Decía en tono amenazante mientras procedía a retirarse. Entonces comencé inmediatamente.

“El nombre Carmelina le debe sonar, cierto?” Entonces se detuvo cual si hubiera utilizado el freno de emergencia, se volteó pálido y me dijo.

“¿Qué quiere de mi y quién es usted realmente?”

“¿Llevo cinco años trabajando en esta empresa, conoce mi nombre pero no me reconoce? Qué poco detallista don Luis. Pero venga, por favor siéntese cómodo. Al fin y al cabo estamos en su oficina!”

Don Luis entonces procedió a entrar a la oficina, cerró la puerta y se sentó en la silla que estaba al frente mío. No se molestó en levantarme de su sillón, ese de cuero negro que reflejaba su poder.

“Espero le guste el cuento.”

Bajé mis pies del escritorio. Puse los codos en la mesa y mis manos debajo de la boca, con mis dedos índices apuntando a mi nariz, cual si fuera un analista político, y comencé.

“Hace cinco años murió alguien a quien usted conoce muy bien. Alguien a quien vio muchas veces en los juzgados. Esa persona era mi tía Amparo, que en paz descanse. Antes de morir, ella me confesó algo que yo no conocía hasta ese entonces y que daba respuesta al por qué mi madre no hablaba. Supongo que a mi madre tampoco es necesario que se la introduzca, cierto?” Pregunté, con odio evidente. “Pero qué tonto soy, si hablamos de introducir usted es el experto, no cierto, hijo de puta?!” Le grité, a la vez que golpeaba con mis puños el escritorio de don Luis. 

Me calmé, respiré profundo y continué. “¿Sabe qué odio de este país, don Luis? Dije. “Que todo, absolutamente todo, se puede comprar con dinero. Incluso la libertad. No cree usted?” No hubo respuesta alguna. Lo único que se reflejaba en el rostro de don Luis era una mezcla extraña entre resentimiento y miedo.

“Por qué no dice nada, usted que tanto le gusta gritar y maldecir.” Silencio. Ni una sílaba salía de su boca.

“Pero qué pena. Me desvié del cuento. Proseguiré.” Dije en tono obviamente sarcástico. “Yo pensaba que la mudez de mi madre era un mal de nacimiento, pero al parecer no era así. Mi tía me dijo que durante más de diez años estuvo yendo a los juzgados tratando de demostrar el trauma que había sufrido mi madre producto de una violación. El responsable, al parecer era un tal Luis Alberto Gómez. El problema de todo el proceso es que mi madre, además de no poder hablar por el incidente, tampoco quería ir a juicio por miedo a verle la cara a su violador. Por supuesto, como todo en Colombia se puede, el acusado pagó los mejores abogados del país y salió bien librado del proceso para poder continuar su vida de rico de manera impune.” Respiré profundamente de nuevo. “Lo peor de todo fue darme cuenta que yo era el producto del acto y por supuesto hijo del puto violador.” Me detuve, lo miré fijamente a los ojos y le pregunté:

“¿Usted sabía que por su culpa yo no le conozco la voz a mi madre? Don Luis, por qué putas la violó?!”

“Eso no fue violar. La conocí en una noche de fiesta. No me prestó mucha atención en un principio, así que la emborraché y listo. Lástima que estaba medio dormida cuando me la comí.”

“Definitivamente su ignorancia reluce…” Agaché la mirada, hice una mueca y continué. “La segunda parte del cuento, requirió de un elemento fundamental: paciencia. Aquel bastardo, al conocer la verdad respecto a su existencia decidió ir en búsqueda del violador. Al principio pensó hacer la más sencilla, o sea, pegarle un tiro y arreglar la situación. Sin embargo, el muchacho era inteligente y sabía que aquello le traería una tristeza más a su madre. Acto seguido, decidió conocer un poco más del violador y atacarlo donde más le dolía. Para hacerlo le costó unos largos cinco años.” Me detuve mientras saqué un revolver calibre 38 de mi chaqueta que lo puse sobre la mesa.

“¿Qué piensa hacer? ¿Está loco? ¿No acaba de decir usted mismo que dispararme le traería más problemas a su mamá?” Gritó, mientras se levantaba asustado de su silla. Mientras tanto, yo dejé el revolver en la mesa y me iba caminando despacio hacia la puerta. Finalmente le dije:

“No don Luis. Yo no le pienso disparar. El revolver es un regalo para usted, en vista de que ya no tiene nada. Cuando quiera, puede ingresar a todas sus cuentas, todas y cada una de ellas están en cero. Todas. Acá, en Estados Unidos, en Suiza, en Islas Caimán. Ni un peso, ni un dólar, ni un euro.” Me disponía a abandonar la oficina, pero entonces recordé algo fundamental. Volteé mi cabeza y con una sonrisa en mi rostro dije: “espero que ponga en práctica su motto, ese de sin dinero no hay vida.”

Cerré la puerta y me alejé caminando, esperando escuchar en cualquier momento el disparo de un arma que nunca sonó. Cuando llegué al primer piso del edificio y salí a la calle vi cuando se amontonaba la gente en torno a un viejo gordo que estaba vuelto mierda en el pavimento. “Seguramente no supo utilizar el revolver,” pensé.

Juan Camilo Marín

jueves, 27 de junio de 2013

¿Y dónde está el Gran Colombiano?


Antes de comenzar esta columna quiero aclarar dos puntos. Primero, así como sigo viendo a tanto colombiano criticando alrededor de la elección de Álvaro Uribe como el ‘Gran Colombiano’ creo que también estoy en todo el derecho de dar mi opinión al respecto. Segundo, aclaro – para alegría del amigo colombiano tipo 2 – que tampoco estoy de acuerdo con la elección del expresidente, no por el hecho de ser él, sino por el simple hecho de que para mí el ‘Gran Colombiano’ no puede ser un político. 

Si se trata de criticones y chismosos los colombianos estaríamos fuera de concurso. Si nos llaman a chismosear o a criticar decimos que por favor nos esperen un momento, pues nos encontramos ocupados chismoseando o criticando. Prueba de lo anterior es el hecho de que durante mi estadía en Holanda, obviamente lejos de mi querida Colombia, me he logrado enterar de casi todas las noticias, no porque las informen, sino porque las critican. Y por supuesto, el concurso del ‘Gran Colombiano’ no fue la excepción.

Y es que en medio de las críticas me he encontrado de todo. Está como siempre el colombiano tipo 1 que con argumentos y respeto se opone a tal decisión. También hay quienes resaltan el hecho de que es simplemente un concurso y por lo tanto no los representa como colombianos. Con estos últimos estoy de acuerdo – por ejemplo, el hecho de que Medellín haya sido seleccionada como la ‘ciudad más innovadora del mundo’ no la hace realmente la más innovadora. Finalmente, y como masa más representativa, están los colombianos tipo 2 que salen a decir que quienes votaron por Uribe en este concurso son ignorantes y paracos. 

Y entonces me pregunto yo, ¿quién sería realmente el ‘Gran Colombiano’?

Amigo colombiano tipo 2, usted que tanto critica, que tiene archivados todos los procesos contra Uribe en su casa sin necesidad de ser abogado, usted que todo lo sabe, podría responderme esa pregunta? 

Por lo menos me podría argumentar con claridad cómo un colombiano le puede aportar a su país llamando a diestra y siniestra a sus compatriotas ‘ignorantes’ o ‘paracos’ por el hecho de tener opiniones políticas distintas a las suyas? Usted se cree educado por ser detractor, pero al parecer el nivel de educación se le baja cuando de lanzar indirectas se trata. Eso de tratar de paramilitar a personas que simplemente votaron en un concurso es, además de ofensivo, cizañero.  Cálmese amigo colombiano tipo 2, Uribe no volverá a la casa de Nariño por este resultado, además, como lo dije anteriormente, en Colombia todo se puede ganar siempre y cuando sea por votación pública y con opción de repetición.

Pero volviendo al tema del concurso debo argumentar que el ‘Gran Colombiano’ estuvo para empezar mal arreglado. Y es que incluir a políticos, cantantes, deportistas, pintores, escritores, periodistas o señores que se murieron hace más de 100 años, no tiene sentido alguno. Razones para excluirlos me sobran, pero a continuación resalto las principales.

Para comenzar, excluir a un político es la más sencilla. Ellos no poseen desinterés ni amor por sus compatriotas, todo en su mente maquina entorno al poder, el altruismo en ese caso no tiene valor. Además, en Colombia, me han enseñado a no creer en políticos.

Excluir a un cantante es también sencillo. Muchos argumentan que Juanes o Shakira son grandes seres humanos por sus obras caritativas. Yo apuesto mi alma entera a que ninguno de ellos, en el comienzo de sus carreras, tenía como objetivo ser grande y reconocido con el fin de ayudar a otros colombianos. Estoy seguro que ellos soñaban primero con su propia gloria y el resto llegó por mera consecuencia. Además, un cantante – figura pública – que realice actos de buena fe seguro tendrá una mayor probabilidad de vender álbumes en un futuro. Finalmente, usted se ha preguntado cuánto de esas obras sociales representa en porcentaje respecto a lo que alguno de esos artistas puede llegar a ganar? Estoy seguro que si usted destina un  miserable día de salario en todo un año sería mayor en proporción que lo que ellos gastan. Aclaro, no digo que ellos sean ‘amarrados’, simplemente estoy exponiendo algunos puntos para reflexionar.

Los deportistas listados ahí – y en general todos – nos dan alegrías, pero seamos sinceros señores, qué hacen ellos por el resto de Colombia los 300 y pico días del año cuando no están jugando? Falcao alisándose el pelo, y el Pibe encrespándoselo. Insisto, no cuestiono que puedan ser grandes seres humanos, pero no para llegar a ese título del ‘Gran Colombiano’.

Incluir a pintores o escritores no tiene sentido. El arte es importante, es pasión y distracción, pero tristemente no cura el hambre. Las gordas de Botero o los cuentos de García Márquez poco pueden hacer respecto a la ignorancia de un pueblo. Adicionalmente, creo que una de las condiciones importantes de un ‘Gran Colombiano’ es el amor por su tierra, y yo me pregunto, por qué ninguno de ellos ha vivido en Colombia en las últimas décadas?

Contra los periodistas no tengo nada, pero me parece excluyente que los nombren. Su función es pública, y por supuesto, si es bien hecha pues será bien reconocida. Me parece injusto que los incluyan pues estarían ignorando la labor bien hecha de otros profesionales. Dónde quedan entonces los ingenieros o doctores que hacen extremadamente bien su trabajo, pero que por el hecho de no ser tan públicos no son reconocidos?

Finalmente, una cosa es la historia y nadie va a negar que por ejemplo Simón Bolívar es un gran personaje, pero por favor, si nos quedamos pegados de esos ‘grandes colombianos’ pues entonces simplemente no estaríamos reconociendo lo bueno que se ha hecho en Colombia en el último siglo. 

Ya sé qué está pensando amigo lector. Que tal vez estoy loco, que entonces estoy excluyendo a cuanto candidato posible existe. Sin embargo, no es así. Primero que todo, reconocerá que a los científicos como Llinás o Patarroyo no los excluí. La razón es sencilla. Ellos no tienen sed de poder, y si la tienen mejor, porque esa sed seguro les ayudará a descubrir cosas en pro de los demás seres humanos. Adicionalmente, hacen parte de un grupo de profesionales que no cuenta con reconocimiento público por naturaleza. Finalmente, me parece que ellos sí dedican gran parte de su tiempo trabajando para la humanidad, o sea, Colombia incluida. Sí, ya sé que alegarán que ellos tampoco ejercen en Colombia, sin embargo, ustedes sabrán más que yo que en mi país poco se puede hacer en investigación, más aún con lo que están haciendo de Colciencias. 

Pero para concluir este artículo debo decir, así suene a cliché, que el ‘Gran Colombiano’ ni siquiera está listado en ese concurso. Yo conozco a muchos que dedican todo su tiempo y los pocos recursos que tienen a otros colombianos. Estoy seguro que ellos ni siquiera se enteraron del concurso, o si lo hicieron, seguro votaron por quien les pareció más afín, nunca anhelando estar en tan mencionada lista. Es posible, amigo colombiano tipo 2, que hayan votado por Uribe, y estoy seguro que no son ni paracos ni ignorantes, y que además están haciendo mucho más por Colombia que lo que hacemos usted o yo cuando criticamos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Yo, el egoísta y desentendido



Lo siento amigo lector. El día de hoy no vengo con un cuento que nos aleje de la realidad para poder relajarnos o reflexionar. Hoy traigo a flote mi opinión sobre el proceso de paz en Colombia. Sí, ya sé que es un tema político y los temas políticos son aburridos, pero créame, hice mi mayor esfuerzo para ponerle un toque distino al asunto. Espero lo entienda o por lo menos le provoque ganas de mentarme la madre, a pesar de mi conclusión final.

Hablemos de política y de crítica política/social. En Colombia existen dos tipos de personas respecto a estos temas: los que critican lo malo, lo corrupto, lo desigual, lo que no cuadra y los que critican única y exclusivamente al ex presidente Álvaro Uribe y su legión de ex asesores/ministros, y medidas.

El colombiano tipo 1 es fácil de reconocer. Siguen destapando ollas sin importar el tinte político, siguen señalando sin importar intereses propios o ajenos. Continúan pensando que habrá una Colombia mejor en la medida que todos sepamos la verdad de las cosas. Los admiro y envidio. Hay que tener mucha paciencia y convicción para tal causa.

El colombiano tipo 2 es todavía más fácil de identificar. Ellos son los que twittean, postean, escriben, opinan y hasta sueñan con cuanta noticia podrida del ya retirado presidente y toda su gente. Ellos son los que de manera exclusiva – favor resaltar dicha palabra – siempre tienen un artículo o video montado en su muro en Facebook criticando las atrocidades cometidas en el anterior mandato. Para ellos no existen problemas o personajes actuales a quienes criticar. Si lo hacen es porque esos problemas o personajes son producto del gobierno de Uribe.

¿Y yo en cuál de estas dos categorías encajo?

Desde que comencé a tener uso de razón siempre he detestado un solo tipo de personas: los incoherentes. Odio cuando alguien promueve algo que no es, cuando critica y es el primero en hacerlo. Detesto al gordo que vende productos para adelgazar o al jugador de fútbol que promueve el colectivismo cuando no toca nunca la pelota. Me produce risa de ‘pero-que-idiota-es-este’ el que hace 5 años decía que nunca iría a Estados Unidos pero que hoy está haciendo fila para ir a sacar una visa e irse a pasear a Orlando o Miami.

Precisamente esta forma de pensar me llevó a mí mismo a analizar mi opinión respecto a muchos temas políticos, pasados y de actualidad. Después de mucho análisis y para no entrar en conflicto con lo que aborrezco llegué a una sencilla conclusión: no pertenezco a ninguno de esos dos tipos de colombianos, simplemente soy del tipo egoísta y desentendido que mientras se beneficie del sistema vivirá contento.

Y entonces, una vez definida mi tipo de estirpe política puedo preceder con calma a expresar mi punto de vista respecto al proceso de paz en Colombia.

Pero antes devolvámonos un poco en el tiempo para entender un poco más mi humilde opinión. Específicamente regresemos las cosas hasta el mandato Uribe. ¿Y cuál es mi opinión? Estoy totalmente de acuerdo con lo que se hizo. Señor lector, no me odie, ante todo tenga presente mi posición política. Recuerde, soy un egoísta y desentendido. Y es que como egoísta y desentendido el anterior mandato fue el perfecto para mí. La seguridad aumentó (esa que nunca hemos tenido realmente y que sólo se puede llegar a valorar cuando se vive en otro país, por supuesto, seguro). Producto de ello, la inversión extranjera volvió al país. Esto conllevó a que se mejorara en temas como infraestructura y movilidad, y que además otros países creyeran un poco más en Colombia (sí amigo tipo 2, deje la incoherencia y agradézcale algo a Uribe, que gracias a ese destello de “una Colombia más segura” es que ahora usted está paseando en Estados Unidos porque, después de haber intentando 14 veces que le dieran la visa al fin se la concedieron y por 10 años). Insisto y concluyo, para mí fue perfecto: pude pasear por Colombia, la economía se reactivó y la empresa en la que trabajaba vendió más, lo cuál representó un trabajo seguro para mí, de igual forma pude comprar la tan anhelada Fazer 600 cc, esa que luego me robaron cuando aquel ciudadano de poco carácter y mucho delineador en los ojos sacrificó lo poco ganado en seguridad por… bueno, hasta el día de hoy me estoy preguntando en qué está ganando Colombia, o mejor dicho, qué está ganando de lo cual me pueda beneficiar.

Lo siento amigo tipo 2, para mí no era importante eso del Agro Ingreso Seguro, las chuzadas, los falsos positivos ni nada por el estilo. Seamos sinceros, ese tipo de cosas siempre han existido, sino que cuando uno descuida algo por enfocarse en una estrategia pues se destapan las ollas. Igual, insisto, no me interesa.

Ahora sí regresemos al presente y miremos el proceso de paz. Y es que leyendo acerca del proceso de paz, de las opiniones y las opciones es que me di cuenta de la existencia de los dos tipos de colombianos. Volvamos un poco a esa ya realizada definición.

Para el colombiano tipo 1, el proceso de paz tiene muchas falencias, así como criticó las atrocidades que cometió Uribe también está criticando activamente el olvido enorme que el gobierno nacional está teniendo para con las víctimas de las FARC. Este colombiano es el que recuerda a la señora con el collar bomba, al burro bomba – bueno, en fin a todas las formas inhumanamente posibles de bomba – así como el sin número de secuestrados, algunos de ellos encerrados en corrales de alambres de púas cual si fueran animales con rabia y los desplazamientos forzados por la guerrilla, entre otros (millones de actos barbáricos). Este colombiano, en especial, no es tonto. Él sabe que le están metiendo el dedo en la boca a toda Colombia cuando este señor barbado, con gafas y semblante de ‘yo-no-mato-una-mosca’ se ríe en la Habana e insiste en seguir mientras sus tropas siguen secuestrando y matando en Colombia.

Para el colombiano tipo 2, el proceso de paz no existe. Eso es una realidad que no es digna de mencionar o criticar. Para él, lo primero y principal, es seguir celebrando que Arias está en la cárcel o que le abrieron otro proceso a Uribe, incluso, se atreve a comparar a Uribe con Hitler (estoy seguro que ese tipo 2 nunca ha estado en un campo de concentración nazi). Este colombiano critica las vallas de Francisco Santos por el sólo hecho de que él es un partidario de Uribe, para él las únicas víctimas son las de los falsos positivos, las de las FARC no cuentan.

Mi opinión sobre el proceso de paz es distinta. Después de analizar todo como va y por supuesto, teniendo en cuenta mi filosofía de no ser incoherente, debo decir que estoy de acuerdo con que se firme, y para ayer es tarde! Momento amigo lector, no se ofusque, recuerde, soy un egoísta y desentendido. Y es que como egoísta y desentendido lo mejor que me puede pasar es que aprueben esa carajada ya mismo. Si la paz se firma, seguro la seguridad se vuelve a mejorar, habrá más recursos para invertir en otras cosas distintas de la guerra, por fin la salud y educación serán foco importante en el país y entonces yo podré volver a mi querida Colombia a trabajar sin ningún inconveniente. Lo siento, pero yo como buen egoísta y desentendido no pienso en los familiares de la señora del collar o los secuestrados, tampoco pienso en los millones de desplazados por la violencia o en el hecho de que algún día no muy distante aquel señor barbado con cara de ‘yo-no-fui’ se lance de político y hasta lo elijan y luego en ese futuro no muy distante quien se atreva a dispararle o hacerle daño será tachado como un terrorista. No, ese tipo de ironías no son de mi incumbencia. Me desentiendo.

Pero bueno, como yo no soy quien firma tan mencionado papel prefiero seguir con mis deberes. Me iré a dormir un poco, porque por fin pude escribir algo que tenía metido en la cabeza y ya estoy tranquilo. Los que me conocen de verdad sabrán sacar lo verdaderamente importante de esta crítica. Los que no me conocen dirán que estoy loco (en cierta medida es cierto). El colombiano tipo 1, como los que me conocen, tratará de sacar lo que vale la pena en estas palabras. Por su parte, el colombiano tipo 2, no habrá terminado de leer el texto pues a mitad del camino identificó que esto no era una crítica exclusiva – tener  de nuevo en cuenta esta palabra – al gobierno de Uribe.

Como conclusión final sólo debo decir que me importa poco o nada sus críticas o aportes, pues como buen desentendido y egoísta sólo importa lo que yo diga, nada más.

sábado, 27 de abril de 2013

Los cinco jueces


Yo

Los que no me conocían me llamaban por mi nombre, Sebastián Ochoa. Mis amigos me apodaban Ochoa y las mujeres con las que alguna vez salí me describían como un perro. No entiendo por qué. Una prima mía definía a un hombre perro como aquel que tiene novia y se acuesta con otras mujeres. Si me preguntaban, yo no tenía novia, luego, por ley de transición, no era perro.

Era un ser humano cualquiera. Trabajaba, vivía solo, jugaba al fútbol. Como todo el mundo, acostumbraba a quejarme de mi trabajo, porque como todo el mundo sólo lo tenía por amor al preciado metal. Y es que tristemente hay que decir que en la vida todo se consigue con el dinero. Todo, sin excepción.

Antes de que todo sucediera no hablaba mucho con mi familia, sabía dónde vivían y sabía que se encontraban bien. Por ahí dicen que las noticias malas son las primeras en llegar, así que por eso lo sabía. Con mis amigos salía cada vez que ellos me invitaban, no acostumbraba a organizar salidas ni mucho menos a convocar gente para algún evento especial. El ser humano, y en especial el colombiano, tiene por deporte ignorar las invitaciones ajenas, o en ocasiones, pasarlas por alto.  En más de una ocasión se me habían echado para atrás personas las cuales originalmente fueron las que me invitaron a algún tipo de plan. En realidad, eso era pan de cada día.

No creía en Dios, de hecho, sigo sin creer en él pues no lo he visto. Primero, porque pensaba que eso de “no creer en Dios” estaba de moda, segundo, porque creía que creer en Dios era una perdedera de tiempo. El hombre siempre necesita excusas para justificar sus cagadas, y al parecer una de ellas es la existencia de un Dios. A pesar de esto, respetaba a quienes creían en él, cada quien es libre de derrochar su tiempo como se le venga en gana.

No me importaban las personas. No me metía con nadie. El concepto de semejante era desconocido. La palabra altruismo sólo la escuchaba en el Chavo del Ocho, sin importarme siquiera su real significado.

Si morían personas por causa del hambre, no era problema mío, era problema de la selección natural – gracias por esa Darwin!

Si los políticos se seguían robando el dinero de mis impuestos, no era problema mío. Bueno, técnicamente sí, pero eso era una causa perdida.

Si un niño no podía formarse porque no existía un sistema que le ofreciera educación,  no era problema mío, era problema del gobierno. Sí ya sé que el gobierno lo elige el pueblo y se supone que era parte de uno, pero todos sabemos que un miserable voto no hace la diferencia.

Si había un loco en Estados Unidos que mataba a tiros a un montón de gente, no era problema mío, era problema del gobierno de Estados Unidos y de los que votaban allá por ese gobierno.

En conclusión, mi filosofía de vida era simple: “hagan lo que quieran, no es problema mío, es problema de alguien más”.



El accidente

Era una tarde lluviosa, como ya se acostumbraba en la ciudad de Medellín. El día en el calendario marcaba 22 o 23, no lo recuerdo exactamente. Eso sí, estoy seguro que era Marzo.  Puto mes.

Por esa época, Medellín sufría de una trombosis vehicular. La circulación era imposible en toda la ciudad.  Salí de mi trabajo y me disponía a cruzar la avenida Las Vegas. Había un taco impresionante y lo único que se me ocurrió hacer en dicho momento fue pasar entre los vehículos y no por la cebra peatonal al lado del semáforo. La vía contaba con tres carriles de vehículos, pasé detrás del primer vehículo e inmediatamente miré con precaución si venía una moto por el espacio que se hacía entre el primer y segundo carril. El segundo espacio también lo pasé apresuradamente, pero cuando ya estaba detrás de un bus en el tercer carril me di cuenta que el bolsillo trasero de mi pantalón se sentía liviano. Volteé inmediatamente y descubrí que mi billetera estaba justo en medio del espacio que se hacía entre los carros,  justo encima de una línea pintada en el asfalto, de esas que son resbalosas y peligrosas cuando está lloviendo. Regresé a recogerla y cuando miré a mi izquierda, en sentido contrario al de la vía ya la moto estaba sobre mi.

Toda mi vida me burlé de quienes tenían muertes pendejas. De hecho, mi programa favorito por aquellos días era 1000 Maneras de Morir. Siempre decía que San Pedro no dejaría pasar al reino de los cielos a ninguno que hubiera muerto de manera estúpida. Ese, sin embargo, no fue mi karma.



La oscuridad

Lo último que recuerdo justo después de recoger mi billetera es que vi algo brillante en mi rostro. Al parecer era la farola de la moto. Después todo fue un ‘flash’ tras otro. Oí algunos gritos. Luego silencio. Luego personas hablando.  Silencio de nuevo. A continuación, sentí un dolor indescriptible que me chuzaba el cerebro. Después de un momento, tal vez el más largo en toda mi existencia todo fue oscuridad.

Como si fuera cliché también me cuestioné a mí mismo si en efecto estaba muerto. Si al día de hoy alguien pudiera preguntarme qué era lo que sentía en ese momento no sabría como responderle.  Lo único que puedo aseverar es que había una completa y prolongada oscuridad.



El Juicio

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que todo se puso blanco. Si alguna vez se vieron la película The Matrix saben a qué me refiero. En ese entonces salieron siete hombres. Cada uno de ellos tenía una bata que los cubría su rostro, cual si fueran parcas. La bata de cada uno tenía distintos diseños. Rombos, círculos, triángulos. Al parecer la matemática tenía su participación en el otro mundo. Comenzaron a hablar en mi idioma, español, lo cual me pareció muy particular. Si alguna vez me imaginé que hubiera otro mundo nunca se me pasó por la mente que hablaran un idioma en especial y mucho menos mi lengua materna.

“Levántate” dijo uno de ellos. La verdad no entendí a que se refería pues yo no sentía que estuviera sentado o acostado, simplemente me encontraba en un estado de trance.

Quería hablar pero no podía. “Sólo puedes hablar cuando nosotros te lo indiquemos”. Ok, entendido, me dije para mis adentros.

“¿Qué es lo que más temes, Sebastián?” Preguntó, el señor del extremo derecho.

Lo único que se pasó por mi mente en aquel instante fue… “la soledad”. Sin darme cuenta modulé aquellas dos palabras. Al parecer ya había sido concedido con el don de hablar. La vida es irónica, no me preocupé nunca por las personas que me rodeaban y sólo hasta ese momento me di cuenta que siempre tuve alguien junto a mi. Un amigo, un compañero de trabajo, una de mis “amiguitas”. Muy en el fondo de mí le temía a algo que nunca pude experimentar: la soledad.

“Perfecto. Con todo aclarado debemos dar comienzo al juicio. La mecánica es muy sencilla: cada uno de nosotros se presentará, te hará una sola pregunta y tú deberás responderla como te plazca. Luego, con base en dicha pregunta daremos un voto a favor o en contra tuya, y listo. Supongo que al final sabrás que sucede si la mayoría te favorecemos o no.”

Intenté preguntar cuál sería el castigo o premio, pues era obvio que no tenía la más mínima idea, sin embargo, me fue imposible modular palabra alguna. Al parecer ya no tenía el dichoso don del habla.

A continuación, la palabra la tomó el juez del extremo izquierdo. “Mi nombre es Alicia, soy el juez de la verdad” En ese instante recordé que ese nombre significaba algo en griego. Alicia significa verdad. Tenía sentido entonces.  “Sebastián, cuántas veces mentiste con intención de herir a alguien?”

En ese instante me quedé sin respuesta alguna. A mi mente se venían tantas memorias que no podía incluso contabilizarlas. A pesar de saber que en ese momento ya podía responder no lo hice. Acto seguido, se dibujó una línea vertical en algo parecido a una pizarra que estaba en un costado del espacio. Sinceramente, no sé cuando apareció. Digo el espacio pues no sé de qué otra forma se pueda describir a ese eterno blanco en el que me encontraba.

Luego vino la introducción del siguiente juez, el segundo de izquierda a derecha. “Mi nombre es Epimoni,” dijo, “y soy el juez de la perseverancia. ” En ese instante no supe qué significaba su nombre, debo suponer que algo en griego. “Sebastián, qué tanto luchaste por tus sueños?”

Perseverancia. Palabra desconocida en mi diccionario. Siempre soñé con ir a Nueva York, montar en una moto a 240 kilómetros por hora e ir a un concierto de The Offspring. Eran simples pendejadas pero eran mis pendejadas. Lo cierto  es que no hice nada para cumplirlas. Temía viajar, me daba pena hablar inglés y nunca tuve la moto porque siempre había un excusa: el dinero, tener que aprender a manejarla o el típico ‘hay cosas más inmediatas o útiles.’

“Nada” respondí. De nuevo se dibujó otra línea en el tablerito. Al parecer los votos en contra eran marcados de esta forma. A esas alturas no sabía si alcanzaría a conocer cómo se dibujaban los votos a favor.

“Mi nombre es Sebasmós, y soy el juez del respeto” Dijo el tercer juez, que interrumpió mis pensamientos. “Sebastián, respetaste a tus semejantes?”

Otra vez no supe qué responder. La definición de respeto según las religiones difiere entre una y otra. Técnicamente, nunca irrespeté a nadie. Como lo dije previamente cada quien es libre de derrochar su tiempo como se le venga en gana. “Sí” contesté. Un círculo se dibujó en el pizarrón. En ese instante pensé que la vida está llena de cosas inexplicables. Siempre en la universidad exigían respuestas complicadas para problemas aún más complicados y en cambio, ahí estaba yo, enfrente de quienes parecían mis inquisidores, y aparentemente con un simple ‘si’ me gané mi primer voto a favor.

Sin perder tiempo llegó la presentación del cuarto juez. “Mi nombre es Katadiki, y soy el juez de la convicción”. Luego vino la tan esperada pregunta: “Sebastián, qué tan convencido eras de tus propias ideas?”

“Mucho” Contesté sin pensar. Lo cierto es que todo lo que describí de mí mismo en un comienzo tiene su razón de ser. Yo tenía claras mis convicciones. El segundo círculo se dibujó y concluí entonces que para mí esta pregunta fue sencilla.

A continuación se presentó el último juez. Este fue el que al principio me preguntó por mi mayor temor y que además me explicó la dinámica de todo eso que estaba viviendo.  “Mi nombre es Flelilia, y soy el juez del altruismo” Entonces, se vino a mi mente aquel capítulo del Chavo del Ocho en el cual explicaban qué era una persona altruista. Intenté reírme pero era imposible.

Algo extraño ocurrió en ese instante. Mi mente se puso en blanco. No, para ser exactos, todo se puso en blanco. Entonces comencé a escuchar de nuevo algunas voces. Al parecer estaba volviendo a sentir lo mismo que sentí inmediatamente después del accidente. Las voces eran de dos hombres.

“Pero doctor, debemos hacer algo por este joven, sino, quedará en este estado por siempre” Dijo una de las voces.

“Es cierto y en efecto el procedimiento que te estoy describiendo podría tener efectos muy positivos. De hecho, estoy seguro que podríamos regresarlo” Respondió la otra voz, “sin embargo, no creo que el hospital cubra los gastos”

La primera voz le reclamó con aire de desesperación. “Doctor, nosotros debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para salvar la vida de una persona. Todos sabemos que esos procedimientos son caros, pero debemos arriesgarnos primero, y luego veremos cómo se cubren los gastos!”

Y entonces, el doctor, aquel que era la segunda voz respondió con aire despectivo, y con una frase que era conocida para mí. “Lo siento enfermera pero esto se sale de mis manos,  no es problema mío, es problema del hospital o de su familia por no tener dinero”.

Las voces se apagaron. Sin pensarlo estaba al frente de los cinco jueces de nuevo. No había terminado de asimilar lo que había dicho el doctor, cuando el último juez cerró con broche de otro preguntando: “Sebastián, aún crees que vas a ganar este juicio?”

Agaché la mirada. No fue necesario ver el pizarrón para saber que la tercera línea se había dibujado. Todo se volvió de nuevo oscuridad y entendí que la soledad, aquello a lo que más temía, iba a ser mi infierno.


Juan Camilo Marín


domingo, 7 de abril de 2013

El Rey Testarudo


Estaba el rey sentado en su trono cuando de repente llega un peón enemigo a preguntar. "Oh, honorable rey oscuro, vengo en nombre de mi ejército a dar un saludo de paz, solicitando una tregua"

"Es que acaso eres idiota!!" Replica el rey iracundo. "¿No vez que tengo a mi comando la mejor armada de peones? Incluso, mira mis caballeros. Son los mejores del continente. Y ni qué decir de mis castillos, son la fiel representación de una obra maestra arquitectónica", Añade el rey con tono burlón.

El peón blanco insiste, "pero su majestad, la paz es el mejor camino que pueden tomar nuestros reinos. Mi ejército se acerca, usted lo sabe y es por dicha razón que somos nosotros los que le estamos proponiendo tal acuerdo".

"Mi amor, hazle caso, creo que el peón enemigo nos está diciendo la verdad" Aconseja la sabia reina oscura, en tono apaciguado.

Entonces uno de los consejeros del reino se levanta y dice, "majestad, como consejero del reino, me temo contradecir su decisión, pero estoy de acuerdo con lo planteado por el peón enemigo y lo que propone vuestra alteza la reina".

"No seáis idiotas, yo soy el que manda y mi decisión es que no. Lárgate peón enemigo, si no quieres que te mate yo mismo".

Entonces el peón, toma un paso adelante y dice con tono triste. "No alteza, por el contrario, me acerco un paso más y el que morirá será otro"

Al rey se le había olvidado que en el ajedrez también los peones hacen mate.