Esta semana antes de comenzar a
estudiar me topo con una frase de un amigo cercano. Palabras más, palabras
menos, estaba triste. En sus palabras sentí ese dolor que aflige cuando eres
juzgado u olvidado, por una u otra razón. Y entonces me pregunto - como esas
pocas veces que uno lo hace de manera seria en la vida - ¿Y quién soy yo para
juzgar?
Y quién soy yo para juzgar a las
personas, si todos los días necesito comer, ir al baño y respirar el mismo aire
que respira el resto de ellas, con qué derecho nací para criticar a alguien?
Y quién soy yo para juzgar sus
hábitos, si ni siquiera me empeño en eliminar los vicios que me rodean y a
veces no dejan mirarme a mí mismo en el espejo con tranquilidad, con qué
derecho nací para querer cambiar a alguien?
Y quién soy yo para juzgar sus
creencias, si yo mismo creo en Dios, en mi familia y en mis amigos y ellos
podrían igualmente juzgar mi “fanatismo” por ellos, con qué derecho nací para
imponerles sus dogmas?
Y quién soy yo para juzgar sus
elecciones, cuando a veces esos cartones colgados en la pared ni siquiera me
sonríen, cuando el verde del dinero no se compara con el verde que viven otros,
con qué derecho nací para decirles qué elegir?
Y quién soy yo para juzgar
generalizando, si también he sentido el dolor de ser considerado un drogadicto
o un delincuente por el sólo hecho de haber nacido en mi Colombia querida, con
qué derecho nací para tacharlos de algo que no sé si realmente lo son?
Y quién soy yo para juzgar sus
palabras, si las mías a veces no me alcanzan para decir lo que realmente
pienso, porque a veces puede más el miedo que la lengua, con qué derecho nací
para callarlos?
Y quién soy yo para juzgar…
Esa definición del yo en
términos del hacer y no del ser es algo que simplemente no tiene fundamentos si
se separan. Mucho más cuando ese hacer es expresado en acciones que requieren
de un tercero.
Creo que el día de nuestra
muerte no necesitaremos de un Dios que nos juzgue o un señor barbado que evite
nuestra entrada a un reino prometido. Simplemente llegaremos, nos sentaremos, y
del vestíbulo saldrá nuestro propio reflejo. Él, y solo él, será el encargado
de juzgarnos con la misma intensidad que nosotros juzgamos a los demás en esta
vida.
Juan Camilo Marín
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