Estoy en mi cuarto, yaciendo tendido en mi cama. Cierro los ojos y todo comienza con un eco terso. El tiempo pasa rápido, pero mi cuerpo lo interpreta de otra manera. Minutos sosegados. Se despiertan sintetizadores sincronizados con un fondo musical como si estuviera en una cámara sellada. Todo eso es lo único que mis oídos atienden. A continuación, la voz magnetizada del cantante me lleva poco a poco a un sueño profundo. Después de pronunciar en repetidas ocasiones la misma frase en otro idioma desconocido todo se queda estático. Music's got me feeling so free.
En una milésima de segundo todo cambia y el ambiente se raya con el sonido de una guitarra eléctrica. Los beats de un bombo crean un ritmo que llega a cada extremidad de mi cuerpo. Siento en mis ojos ese ardor que me conforta. En medio del fondo oscuro que ven mis ojos, nace esa energía proveniente de tal melodía. La música tiene vida. El sonido se redobla cuando aparece en escena una segunda guitarra. Ésta sin embargo es más potente. Me dan ganas de todo. De saltar, de reír, de gritar, de salir corriendo. El poder se triplica a la par que la canción resuena. Nada existe afuera de mi. Quiero que el momento sea perpetuo. A pesar de mis profundos deseos, recuerdo que las mejores cosas de la vida son efímeras y es entonces cuando retumba la campana. Se siente el viento soplando. Estoy regresando, la cadencia me obliga. Resuena un segundo campanazo. Todo ha terminado. Despierto sonriente mirando a mi alrededor. Al fondo, el estéreo indica que Aerodynamic ha finalizado.
Juan Camilo Marín
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