Lo que más recuerdo de la clase de filosofía, aparte de la maestra, es que era una locura total. Se podría decir fácilmente que la totalidad de la cátedra no la entendíamos ninguno de los alumnos porque la mayoría de términos utilizados por la profesora no eran comunes. Incluso, me atrevería a aseverar que la mitad de las palabras ni siquiera existían. Y es que la señorita Luna aparte de denotar desabrimiento era el retrato andante de la locura misma. Vestida siempre de hippie y con una mirada perdida imposible de describir, nos enseñaba temas sacados del otro mundo.
Nunca olvidaré el día en que nos expuso la noción de alma según algunos filósofos. Comenzando por los conceptos de principio de conocimiento de Aristóteles y llegando hasta la división tripartita de Platón, se notaba de inmediato que el tema le llamaba la atención. Pero lo que de verdad me generó curiosidad en dicha sesión fue el significado que ella misma le daba. Para la maestra Luna el alma era la controladora de todos los sentidos. Según sus propias palabras “el ser humano como un todo es un avión y el alma es el piloto que lo controla”. Esto quería decir que si ésta llegara a sufrir algún accidente entonces nuestro oído, tacto, vista, gusto, olfato y equilibrio se verían afectados. Recuerdo que durante un buen tiempo hicimos innumerables bromas relativas al tema. Si alguien llegaba con gripa entonces decíamos que el alma se había roto la nariz. También charlataneábamos alegando que cuando bebíamos no éramos nosotros los que nos emborrachábamos sino nuestras almas.
Quién diría que algún día esas charlas pasarían a convertirse en una realidad.
Esteban Rey era palabras más, palabras menos, el grandísimo-hijo-de-puta de la clase. Al tipo nadie lo quería, especialmente yo. Como se diría coloquialmente tenía todo el combo completo para ser el más odiado del salón. Millonario de cuna, engreído, malhablado, extremadamente guapo y con el beneficio de la rosca por parte de todo el profesorado, todo gracias a que su familia donaba dinero constantemente al colegio. A veces no entendíamos por qué estudiaba en una institución tan moderada como la nuestra. Este niño tenía dinero suficiente como para pagar clases particulares durante todo el día por el resto de su vida. En fin, un castigo que no sabemos cómo y por qué nos lo ganamos.
Un día de aquellos como cualquier otro y estando en el recreo tuvimos un encontrón, la verdad no recuerdo exactamente la razón que disparó el incidente. El punto es que luego de discutir por un buen rato y de mentarnos la madre, Esteban Rey dijo algo que para cualquier otro podría significar un simple insulto, pero para mí era un golpe al corazón. “Ojalá y el día de mañana tu mamá no se levante para hacerte desayuno.” Dijo gritando y mirándome profundamente. Yo, me quedé callado por unos segundos y me fui corriendo a llorar al baño.
Lo que pocos compañeros sabían es que una semana atrás mi madre había sido diagnosticada con cáncer de colon y tenía tan sólo un mes más de vida.
Capítulo 3 – El odio que no deja vivir en paz
Llorar con tristeza te duele, llorar con odio te estalla. Ese día yo me estaba estallando por dentro. Después de salir del baño no pude volver a clase y me escapé del Colegio. No tenía la más mínima idea de qué hacer. A medida que caminaba sin rumbo fijo pensaba en todo: la enfermedad de mi madre, qué haría cuando ella no estuviera y por supuesto, el comentario de Esteban Rey. Con la mirada perdida y la cabeza gacha, mirando cada uno de mis pasos, pasaba por mi mente una y otra vez aquella escena. El odio me inundaba, las únicas ideas que se me ocurrían eran relacionadas a las distintas formas posibles de muerte para Esteban. Que se quemara vivo, que se tirara de un edificio, que lo atravesara una bala perdida. No, no, no. La muerte es una solución fácil, sin dolor, sin sabor a venganza. Él debe sufrir, así como lo estoy haciendo yo en este preciso momento. Mientras hablaba conmigo mismo me interrumpió de repente el claxon de un bus que por poco me arrolla. Miré a mi alrededor y noté que estaba rodeado de edificios gigantes, vendedores ambulantes y una algarabía indescriptible característica de un solo sitio de la ciudad. No entendía cómo o cuándo había llegado al centro de Medellín.
No importa la hora en que uno bajara al centro de la ciudad, siempre el caos reinaba. Todo el mundo te estruja, todos los carros pitan, todos los vendedores compiten por el trofeo al que diga “Llévelo, llévelo!!” más duro. Si no fuera porque era allí donde trabajaba mi padre, creo que ni lo conocería. El poco agrado que me inspiraba tal lugar empeoró mi estado de ánimo. No me hallaba a mí mismo, quería escapar a otro lado. Fue cuando entonces me di cuenta que eran las seis de la tarde y que era mejor volver a casa. Comencé mi camino rumbo a ella y justo en la esquina de La Playa con Junín me detuvo brevemente la mano de un muchacho. Me entregó un pequeño volante que apenas cabía en la palma de la mano. Eliza se llamaba el sitio que promocionaba, decía un número telefónico y una dirección ubicada a tan sólo cuatro cuadras de donde estaba. Es un papel como cualquier otro. Sin prestarle mayor atención, me lo metí en el bolsillo y me dirigí a mi casa.
Capítulo 4 – El día que no debí haber existido
Después de no haber dormido absolutamente nada pensando en lo sucedido el día anterior, me levanté de la cama y cuando lo hice se cayó de mi bolsillo izquierdo aquel papelito. Esta vez, miré con detenimiento el pequeño anuncio y mis ojos se abrieron enormemente al notar que a la tal Eliza era una bruja que concedía lo que uno quisiera. Como caído del cielo, pensé. Con esa risa maliciosa medité la situación un poco y decidí no ir a clase, en vez de ello emprendí mi camino de nuevo al centro de la ciudad.
Dar con la dirección fue muy fácil. A primera vista el sitio no aparentaba mayor cosa. Un letrero iluminaba la entrada cual si fuera un cabaré. Al lado, estaba un anuncio de cartón en forma de A en el cual se indicaban el sinnúmero de servicios ofrecidos por la supuesta dotada. Entré con ansias y de inmediato me encontré con un ambiente un tanto gótico, sombrío, extraño. Casi todo estaba oscuro y sólo pude divisar en el fondo del cuarto a la que supuestamente sería Eliza.
“Hola, acércate. Puedo ayudarte en lo que buscas.” Dijo una voz suave.
“¿Y cómo se supone que me puede ayudar?” Repliqué dudoso.
“Hagamos las cosas fáciles. Sólo siéntate y di lo que quieras.” Efectivamente me acerqué y tomé asiento. Miré su rostro iluminado por un velón ubicado en uno de los costados de la mesa redonda. Era una mujer hermosa. Extraño, las brujas no son hermosas. Me dije para mis adentros.
“Quiero que Esteban Rey pierda todo. Su familia, su fortuna, su prestigio y sus amigos - si es que los tiene. Ah!! pero no quiero que él sea tocado por la desgracia. Simplemente quiero que sienta el dolor que produce la pérdida de lo querido.” Al decir esto, me sentí liberado, sólo por un pequeño instante.
De brujería se puede decir que sé poco o nada. La verdad no entendí qué hizo esa señora ese día. Fumó algo, tiró unos dados, dijo unas palabras en alguna lengua extraña y por último me pidió que escupiera en un recipiente. Prendió fuego en él y todo terminó. Nunca decifré porque no fue necesario una foto, una prenda o tal vez un pelo de Esteban Rey. Después del ritual y en medio de un silencio absoluto emprendí mi partida. A la salida me tomó del brazo un hombre negro, flaco y grande. “Son veinte mil pesos.” Dijo de manera descortés. Metí mi mano en el bolsillo derecho y le entregué dos billetes de diez mil - mis ahorros de quince días completos. Cada centavo lo vale. Pensé. Una vez hecho esto el gigantón me sonrió de manera sarcástica y me soltó. Decidí entonces regresar al colegio.
Hay gente que dice que existen momentos en la vida que nos marcan. Una madre siempre dirá que el momento más importante de su existencia es cuando nació su hijo. Un ingeniero nunca olvidará el día que obtuvo su título universitario. Yo por mi parte, jamás olvidaré el día que fui al centro de la ciudad a visitar a Eliza. Y es que si la madre y el ingeniero recuerdan dichos momentos con la alegría de quererlos revivir, yo por el contrario desearía haber nunca existido esa mañana de Octubre del 94.
Capítulo 5 - Barrio nuevo, vida nueva
Mi abuelo decía: “Mijo, la sal, es la sal.” Lo que no sabía él es que por aquellos días yo estaba hecho de sal. Pasaron días, semanas, meses y Esteban Rey seguía su maldita vida feliz y campante mientras a mi me carcomía el odio.Todo esto sucedió hasta que las cosas comenzaron a cambiar.
A pesar de los pronósticos, mi madre vivió tres meses más de lo presupuestado. Después de su muerte, papá no soportaba vivir en la misma casa que vio nacer y morir su matrimonio, nos mudamos a otro barrio y por consiguiente yo cambié de colegio. El odio que sentía se fue esfumando poco a poco, no sé si por consecuencia de no volver a ver a Esteban Rey o simplemente porque el corazón y la mente olvidan con el tiempo. Al parecer todo ya era un amargo capítulo en mi vida cerrado para siempre.
Capítulo 6 - Por fin se vieron los veinte mil pesos
Años después de todo - la pelea, las lágrimas, la bruja, mi madre - recibí una llamada de un antiguo compañero del colegio. Matias se llamaba.
“Se cagaron en Esteban Rey,” me dijo. “No te entiendo, qué sucedió con él?“ Le pregunté. “Vamos al velorio de sus padres y lo entenderás.”
Distinto a lo que cualquiera pensaría, el mencionado velorio fue algo sumamente sencillo, pero más que eso, triste. Aparte de Matías y yo, sólo habían asistido unos cuantos familiares y ningún amigo de Esteban. Él, a pesar de aparentar buena salud se veía cabizbajo y destrozado. Y es que no sólo fue la muerte de sus padres lo que lo tenía así. Una vez sucedido el fatal accidente en su auto, se descubrió que Don Augusto Rey estaba totalmente endeudado. Incluso, Matías y yo luego nos dimos cuenta que algunos de los supuestos familiares no eran tales, sino personas enviadas a cobrar las obligaciones que dejó atrás el padre de Esteban.
En ese preciso momento, recordé cada una de las palabras que le dirigí a Eliza aquel día. Se mató su familia, se quedó en la ruina, sólo vinieron los prestamistas en vez de sus amigos. Todo lo repasaba una y otra vez en mi cabeza. No podía creer lo que había sucedido. Entonces fue cuando me di cuenta que estaba feliz.
En medio de todo el silencio Esteban Rey levantó su cabeza y nos dio un vistazo. Yo lo miré a los ojos profundamente como ese día en el recreo que él me miró y me dijo lo que me dijo, con la diferencia de que ahora yo me quedé callado. En vez de gritar, simplemente sonreí de manera sutil, denotando claramente un sentimiendo de alivio y venganza realizada. Él por su parte, se volteó en silencio y se fue de la sala de velación. Y hasta el día de hoy no lo he vuelto a ver.
Capítulo 7 - Mi alma en descontrol
Ni un día más, ni un día menos. Exactamente siete años pasaron para que todo comenzara.
Recuerdo que era un martes. Me dirigí con mi novia de ese entonces a un centro comercial a ver una nueva película en el mejor cine de la ciudad. Me pareció muy particular un detalle al que no le di mayor importancia en su momento. No se había aplicado el perfume que le había regalado hace sólo un par de días atrás. Decidí no reclamarle. Seguramente lo olvidó, pensé.
Compramos algunos snacks antes de ingresar a la sala, hicimos la fila y entramos con tiempo de sobra para ver los trailers de los demás largometrajes próximos a salir. Presentaron varias cintas distintas. Una de acción, una de comedia y otras dos más de drama - nada del otro mundo, para ser sincero. Como la mayoría de la gente, comencé a comerme las crispetas y la gaseosa antes de que comenzara la función principal. Qué tan raro, esto no sabe nada. Razoné al momento que comía las palomitas de maíz. Acto seguido, me dispuse a sorber un poco de la bebida. Ni dulce, ni amarga, esto tampoco tiene sabor. Dejé a un lado entonces ambas cosas y más bien me dispuse a continuar viendo la función. Cuando ésta comenzó, todo se puso en blanco y negro. “Qué bien, tal como comienza Casino Royale.” le dije a mi novia la cual no prestó mayor atención a tal comentario. Con el pasar del tiempo noté que la película no cambiaba, todo seguía en los mismos colores tenues.
Media hora.
Una hora.
Hora y media. Nada.
Terminó.
“Qué tan raro ver una película en blanco y negro por estos días, ¿No te parece amor?” Le comenté a mi novia.
“¿Qué?” Respondió a la par que me miraba cual si yo estuviera loco.
En ese momento prendieron las luces del cine y de inmediato me dejé caer hacia mis espaldas sin poder entender lo que estaba sucediendo. El aire se me fue. Abría y cerraba mis párpados una y otra vez para tratar de reparar de alguna forma lo que me sucedía. Dios mío bendito, estoy viendo a mi novia en blanco y negro!!!.
“¿Qué te pasa mi cielo?” Me decía repetidamente mientras yo yacía atónito tendido en el suelo del cinema.
“El retrete resuena en la azotea.” Le respondí gageando. Un momento, yo no dije eso, yo quería decir que la veo en blanco y negro.
“El retrete resuena en la azotea!, el retrete resuena en la azotea!!!”.
“Mi cielo, no te entiendo, cuál retrete?” Me respondió ella, medio asustada, medio dudosa.
“Mi madre siempre me quiso más que a nadie.” Yo no quise decir eso.
“Mi madre siempre me quiso más que a nadie. Lo juro.” Yo tampoco quise decir eso.
“Ya me estás asustando, qué tiene que ver tu madre, por qué no te levantas?” Replicó mi novia, indicando ya un tono agresivo en su voz, a la vez que estiraba su mano para ayudarme a reponer.
Al momento en que la palma de mi mano tocó la suya sentí un quemón doloroso cual si la hubiera puesto en una llamarada al rojo vivo. Grité de manera inmediata lo cuál la asustó no sólo a ella sino al resto de personas que todavía no habían evacuado el recinto. Mi novia retrocedió impresionada por mi reacción. A continuación, me dijo con un tono más apaciguado. “Amor, cálmate, si sólo te di mi mano.” Extendió una vez más su brazo para tocarme ahora la mejilla. Entonces, una vez más sentí ese suplicio en mi rostro como si su extremidad estuviera carbonizada.
“La tarea la hago mañana!!!” Por favor no me toques más, eso fue lo que quise decir. ¿Qué me pasa, por que no puedo coordinar lo que pienso con lo que modulo? Miraba hacia todos lados. Blanco y negro. La dupla de colores a la cual se limitaba mi visión, mi trastorno con la voz y por último el dolor al tratar de tocar a mi novia eran hechos inconcebibles. Eso sin contar lo extraño que fue no oler el perfume de mi novia ni sentir el sabor de la comida. La desesperación me inundaba.
En ese preciso segundo, comenzó a sonar un chillido penetrante proveniente de todas partes. A pesar de que la fuente era múltiple, me enfoqué de inmediato en la más fuerte, o mejor dicho, en la más cercana. Quedé totalmente pasmado al darme cuenta que cada vez que mi novia pronunciaba una palabra tratando de decir algo, sólo escuchaba una especie de alarido sin sentido dentro de mi cerebro. Lo único que se me ocurrió en ese momento fue salir corriendo.
Me levanté del suelo, volteé hacia atrás y comencé mi escapada. Pasé entre la silletería y luego bajé el pasillo estrujando a todo aquel que se atravesara. Salí por la puerta marcada con Exit para luego encontrarme con un mar inmenso de sonidos sin sentido provenientes de todas las bocas de las personas que salían del cine en ese instante. Una vez iba a llegar a la plazoleta principal del centro comercial mi cuerpo se dejó balancear sobre un lado cual si estuviera ebrio. Me golpeé entonces contra un muro.. Me repuse y continué mi camino, con la decepción de que volví a desplomarme esta vez hacia el otro lado. Mi equilibrio estaba descontrolado.
Hasta el día de hoy no entiendo cómo hice para llegar a casa. Todo yo estaba vuelto un desastre total. No volví al trabajo, no contestaba el teléfono ni tampoco abría la puerta. No supe de nadie más después de ese día. Mi novia me puso varios mensajes pero al ver que no tuvo respuesta pasados quince días no siguió insistiendo. Evalué la situación, y a manera de resumen logré concluir que todos mis sentidos estaban alterados. Lo que comía no tenía sabor, lo que miraba era sólo blanco y negro, no sentía ningún tipo de olor. Al parecer, si tocaba a un ser humano es como si tocara una braza ardiendo. No podía caminar con calma ya que me desplomaba de inmediato. Si trataba de escuchar la voz de una persona sólo lograba interpretar una especia de chillido imposible de soportar. Una vez concluída esta síntesis, se me vino a la mente la clase en la cual la maestra Luna nos habló de que nuestra alma era la que controlaba los sentidos. Es como si yo no controlara mi alma. Pero no sólo este recuerdo regresó a mi. Entonces fue cuando también rememoré una frase que Esteban Rey dijo en el velorio aquel referente a la pérdida de sus padres, y a la cual no prestamos atención la mayoría de asistentes. “Se me fue mi alma.”
¿Es posible que todo esto sea una especie de represalia del destino a lo que yo le hice a Esteban Rey? No, no, no. No puede ser. Yo no debí haber ido a donde esa bruja. Mi madre siempre me dijo que todo lo malo que se desea se le devuelve a uno en proporción doble. No, no, no. ¿Por qué hice eso, si sólo fue una frase? ¿Por qué?...
La maestra Luna. Ella. Ella debe saber qué hacer. Total, su teoría de las almas al parecer es cierta. Algo maligno tiene el control de mi alma. Necesito que ella me ayude, necesito encontrarla de inmediato!!
Ese día decidí volver entonces al exterior. A diario uso gafas, guantes y tapones en los oídos para salir a la calle. Debo caminar despacio y con mucho cuidado para no caerme. Conseguí un puesto de trabajo en un restaurante del centro de la ciudad lavando trastes. Cada día, después de trabajar salgo a buscar a la maestra Luna. No tengo ningún tipo de plan. Sólo salgo, camino el centro y miro rostros. Algún día la tengo que encontrar.
Si antes mi obsesión era vengarme de Esteban Rey, ahora lo primero en que cavilo cada mañana al levantarme es encontrar a la maestra Luna para que me ayude. Estoy desesperado, ya no duermo, ya no como, ya no soy una persona. Soy sólo un ente, una sustancia sin sabor que recorre el mundo lamentando día tras día el haber existido ese día en que visité a Eliza.