lunes, 15 de diciembre de 2014

¿Y qué hubiera pasado en Colombia?


Leyendo indignado la noticia del terrorista que secuestró a un grupo de personas en Australia y su trágico desenlace, me puse a pensar qué podría haber pasado si eso hubiera pasado acá, en nuestra tierra. A continuación una historia basada en dicha hipótesis…

Domingo en la noche, “un grupo al margen de la ley retuvo a por lo menos un centenar de personas en el café Starbucks, el más concurrido de Bogotá” dice la periodista de noticias RCN.

Por supuesto, ninguno de los hechos está confirmado. En realidad no es un grupo al margen de la ley, se trata de un solo señor, y es un terrorista – al margen de la ley es cualquiera. No retuvo a nadie, secuestró, que es distinto. No fue a un centenar, fue una decena. Sí fue en Starbucks, pero obviamente el noticiero no tiene un reporte estadístico que soporte la aseveración de que sea el más concurrido de la ciudad. Se duda incluso de si quien presenta la noticia sea en realidad una periodista – se hace llamar Vicky. A pesar de ello, todos tragamos entero.

Las primeras demandas del terrorista – no señor al margen de la ley – se hacen escuchar. Desea presentar un pliego de peticiones directamente al presidente de turno, un tal Juanma. Obviamente, nadie le presta atención. La policía no tiene tiempo pues tiene que estar pendiente del plan retorno. El ejército no tiene presencia en la ciudad, “eso es de los tombos”, dicen ellos. Al siguiente día, el tema no se discute en el Congreso pues está en curso un debate más importante para el futuro de los colombianos: el aumento en el salario de los honorarios padres de nuestra patria, o sea, los congresistas.

Después de una semana por fin el presidente decide organizar una comisión de varios negociadores. Varios no, muchos. Porque pa’ eso sí hay plata de sobra. Las negociaciones se llevan a cabo en el café. Mientras los rehenes – no retenidos – pasan un mal tiempo, comen mal y son sometidos a vivir en condiciones infrahumanas el terrorista fue dotado con colchonetas, comida a domicilio diariamente y tres veces durante el día, una tarjeta de crédito y un portátil para que comprara cosas en Amazon cuando quisiera. Por supuesto, las cosas que pide las trae por “correo de brujas” con el fin de evadir impuestos. Todos estos gastos son subsidiados por el gobierno.

Las negociaciones se tornan un poco largas. Después del primer año nada que liberan a los rehenes – no detenidos. Ellos sobreviven apenas con las sobras que deja el terrorista y con uno que otro envío de provisiones por parte del gobierno. Mientras tanto, el terrorista convierte al café en un expendio de drogas. Por las noches entran y salen jóvenes de manera extraña. Las autoridades no pueden intervenir pues el presidente decidió que dicha zona, o sea el café, iba a estar desmilitarizada mientras se llevaran a cabo las negociaciones.

Después de dos años los diálogos “avanzan”, o por lo menos eso es lo que dice Juanma. El siguiente paso es llevar como parte de la comisión de negociación a un grupo de víctimas del terrorista – ah! que por cierto, tenía más antecedentes que pies en un ciempiés pero igual tenía los mismos derechos para negociar que cualquier otro colombiano. Entre los integrantes de la comisión están: la mamá del terrorista, la hermana, la novia y una señora que fue secuestrada por otro terrorista, nada que ver con este.

Obviamente, nada pasa. El terrorista pide cosas ilógicas, cosas que para Juanma son muy naturales pero para el resto de colombianos comunes y corrientes son un atropello por donde se les mire.

Juanma finaliza su periodo presidencial y llega un nuevo presidente. Este decide terminar con los diálogos y ordena a las fuerzas armadas tomar por la fuerza al terrorista.

Todo está listo, el grupo de valientes hombres se preparan a ingresar por la fuerza en el recinto. Justo antes de que esto ocurra el terrorista se vuelve loco y comienza a disparar a diestra y siniestra matando a seis rehenes. El grupo especial de las fuerzas armadas entra, y logra dispararle al terrorista en el pie. No le pueden disparar en la cabeza porque tienen encima a una comisión de Derechos Humanos que garantiza que todo el proceso sea llevado de acuerdo a las leyes internacionales. Después de la lesión, el terrorista es aprehendido y llevado ante la justicia colombiana.

Una vez finaliza el evento comienzan entonces dos procesos judiciales en paralelo: uno en contra del terrorista y uno en contra del militar que le disparó en el pie. Mientras el primero se dilata, una y otra vez, el segundo llega a un veredicto en menos de dos meses, después de ocurrido el evento. El militar es condenado a 10 años de prisión por tentativa de homicidio.

Pasan los años y el proceso en contra del terrorista prescribe. Una vez sucede esto dicho hombre levanta un proceso más en contra del Estado colombiano alegando que fueron violados sus derechos fundamentales. El proceso también avanza de manera eficaz y en menos de 3 meses se sentencia que el Estado debe pagarle a dicho terrorista la suma de 1500 millones de pesos por daños y perjuicios. Adicionalmente se le da asilo político en Cuba y los gatos para vivir hasta su retiro, así nunca haya trabajado de manera legal.


Mientras tanto, las familias de las seis víctimas no tienen nada más que hacer que echarse al dolor. Saben que en Colombia, el secuestro y el homicidio no son delitos de verdad, y que la justicia y el gobierno son un chiste de mal gusto.

Juan Camilo Marín