Leyendo indignado la noticia del terrorista que secuestró a un grupo
de personas en Australia y su trágico desenlace, me puse a pensar qué podría
haber pasado si eso hubiera pasado acá, en nuestra tierra. A continuación una
historia basada en dicha hipótesis…
Domingo en la noche, “un grupo
al margen de la ley retuvo a por lo menos un centenar de personas en el café
Starbucks, el más concurrido de Bogotá” dice la periodista de noticias RCN.
Por supuesto, ninguno de los hechos
está confirmado. En realidad no es un grupo al margen de la ley, se trata de un
solo señor, y es un terrorista – al margen de la ley es cualquiera. No retuvo a
nadie, secuestró, que es distinto. No fue a un centenar, fue una decena. Sí fue
en Starbucks, pero obviamente el noticiero no tiene un reporte estadístico que
soporte la aseveración de que sea el más concurrido de la ciudad. Se duda
incluso de si quien presenta la noticia sea en realidad una periodista – se
hace llamar Vicky. A pesar de ello, todos tragamos entero.
Las primeras demandas del
terrorista – no señor al margen de la ley – se hacen escuchar. Desea presentar
un pliego de peticiones directamente al presidente de turno, un tal Juanma.
Obviamente, nadie le presta atención. La policía no tiene tiempo pues tiene que
estar pendiente del plan retorno. El ejército no tiene presencia en la ciudad,
“eso es de los tombos”, dicen ellos. Al siguiente día, el tema no se discute en
el Congreso pues está en curso un debate más importante para el futuro de los
colombianos: el aumento en el salario de los honorarios padres de nuestra
patria, o sea, los congresistas.
Después de una semana por fin el
presidente decide organizar una comisión de varios negociadores. Varios no,
muchos. Porque pa’ eso sí hay plata de sobra. Las negociaciones se llevan a
cabo en el café. Mientras los rehenes – no retenidos – pasan un mal tiempo,
comen mal y son sometidos a vivir en condiciones infrahumanas el terrorista fue
dotado con colchonetas, comida a domicilio diariamente y tres veces durante el
día, una tarjeta de crédito y un portátil para que comprara cosas en Amazon
cuando quisiera. Por supuesto, las cosas que pide las trae por “correo de
brujas” con el fin de evadir impuestos. Todos estos gastos son subsidiados por el
gobierno.
Las negociaciones se tornan un
poco largas. Después del primer año nada que liberan a los rehenes – no detenidos.
Ellos sobreviven apenas con las sobras que deja el terrorista y con uno que
otro envío de provisiones por parte del gobierno. Mientras tanto, el terrorista
convierte al café en un expendio de drogas. Por las noches entran y salen
jóvenes de manera extraña. Las autoridades no pueden intervenir pues el
presidente decidió que dicha zona, o sea el café, iba a estar desmilitarizada
mientras se llevaran a cabo las negociaciones.
Después de dos años los diálogos
“avanzan”, o por lo menos eso es lo que dice Juanma. El siguiente paso es
llevar como parte de la comisión de negociación a un grupo de víctimas del
terrorista – ah! que por cierto, tenía más antecedentes que pies en un ciempiés
pero igual tenía los mismos derechos para negociar que cualquier otro colombiano.
Entre los integrantes de la comisión están: la mamá del terrorista, la hermana,
la novia y una señora que fue secuestrada por otro terrorista, nada que ver con
este.
Obviamente, nada pasa. El
terrorista pide cosas ilógicas, cosas que para Juanma son muy naturales pero
para el resto de colombianos comunes y corrientes son un atropello por donde se les
mire.
Juanma finaliza su periodo
presidencial y llega un nuevo presidente. Este decide terminar con los diálogos
y ordena a las fuerzas armadas tomar por la fuerza al terrorista.
Todo está listo, el grupo de
valientes hombres se preparan a ingresar por la fuerza en el recinto. Justo
antes de que esto ocurra el terrorista se vuelve loco y comienza a disparar a
diestra y siniestra matando a seis rehenes. El grupo especial de las fuerzas
armadas entra, y logra dispararle al terrorista en el pie. No le pueden
disparar en la cabeza porque tienen encima a una comisión de Derechos Humanos
que garantiza que todo el proceso sea llevado de acuerdo a las leyes
internacionales. Después de la lesión, el terrorista es aprehendido y llevado
ante la justicia colombiana.
Una vez finaliza el evento
comienzan entonces dos procesos judiciales en paralelo: uno en contra del
terrorista y uno en contra del militar que le disparó en el pie. Mientras el
primero se dilata, una y otra vez, el segundo llega a un veredicto en menos de
dos meses, después de ocurrido el evento. El militar es condenado a 10 años de
prisión por tentativa de homicidio.
Pasan los años y el proceso en
contra del terrorista prescribe. Una vez sucede esto dicho hombre levanta un
proceso más en contra del Estado colombiano alegando que fueron violados sus
derechos fundamentales. El proceso también avanza de manera eficaz y en menos
de 3 meses se sentencia que el Estado debe pagarle a dicho terrorista la suma
de 1500 millones de pesos por daños y perjuicios. Adicionalmente se le da asilo
político en Cuba y los gatos para vivir hasta su retiro, así nunca haya
trabajado de manera legal.
Mientras tanto, las familias de
las seis víctimas no tienen nada más que hacer que echarse al dolor. Saben que en
Colombia, el secuestro y el homicidio no son delitos de verdad, y que la
justicia y el gobierno son un chiste de mal gusto.
Juan Camilo Marín