Con mapa en mano, algo desorientado y acompañado de su amigo colombo-español, se dirigía Juan Camilo a la catedral de San Pedro por recomendación de una amiga suya. La ciudad era Londres y esta no sólo era su primer visita sino también su primer día recorriendo sus calles.
Una vez en el sitio, Juan Camilo avista la gran estructura y se da cuenta que sacarle una buena foto estando tan cerca es algo prácticamente imposible. Entonces, se aleja poco a poco, no solo de la catedral sino de su compañero de viaje. Cruza la plaza, luego una calle, con mucho cuidado y mirando a ambos lados, pues todavía no estaba acostumbrado a la dirección opuesta de las calles londinenses.
Después de sacar la postal que necesitaba con su iPhone, se acercó un turista asiático pidiéndole el favor de tomarle unas cuantas fotos a él y a su familia. Juan Camilo, muy dispuesto, procede a sacarle algunos disparos con el susodicho aparato. Un iPad. Y es que aunque la escena podría ser vista como algo normal en estos tiempos modernos, para Juan Camilo representaba una lucha interna contra el crítico que llevaba por dentro. Para él, eso de tomar fotos con una Tablet era ridículo. Más parecía uno el cuarto árbitro de un juego de fútbol haciendo un cambio de alguno de los equipos que cualquier otra cosa.
A pesar de todo esto y haciendo caso omiso del ridículo procedió entonces a hacer las veces de fotógrafo, pensando al mismo tiempo de donde podría ser el asiático. Estaba seguro que no era chino ni japonés, sin embargo, le pareció algo imprudente preguntarle su procedencia.
Una vez hecho el favor y devuelta la cámara, el asiático retorna indicándole que las fotos salieron malas, pues la contra-luz no dejaba ver bien los rostros de él y su familia. Juan Camilo, sin ofusque pero con algo de afán, alista de nuevo el aparato y mientras lo hace su interlocutor le pregunta de manera inesperada su país de procedencia.
"I am from Colombia", responde Juan Camilo en un inglés con acento paisa. El orgullo se le notaba en su voz, pero por dentro se paseaba ese miedo de pensar que le fueran a mencionar las cosas tristes por las que a veces su país es recordado. La violencia, la droga, o ese señor que muchos recuerdan pero nadie quiere. Escobar.
El asiático, con cara de asombro pero a la vez sonriendo le dice en un inglés medio enredado: "Oh, very good football team!". Juan Camilo asiente lo dicho por el asiático. Él sabe que tienen la razón.
Juan Camilo dispara de nuevo, toma las fotos y esta vez su nuevo amigo oriental está contento.
Ambos se despiden y se alejan. Uno, satisfecho de haber sacado una buena foto al lado de su familia en una metrópolis que enamora, y otro, con una sonrisa de oreja a oreja y un orgullo que se quería salir del pecho.
“Jueputa, lástima no haber tenido la de la tricolor puesta”, dice para sí mismo sonriendo.
Sin necesidad de haber anotado, sin necesidad incluso de haber jugado, la Selección Colombiana de fútbol, una vez más, le regaló una alegría más a Juan Camilo.
Sin necesidad de haber anotado, sin necesidad incluso de haber jugado, la Selección Colombiana de fútbol, una vez más, le regaló una alegría más a Juan Camilo.
Juan Camilo Marín